¿Hacia dónde va la Escuela?

Inés Dussel

Revista Ñ - 22-12-2007

Hoy se percibe que la escuela, una institución en la que la humanidad viene depositando esperanzas desde hace más de dos siglos, no siempre está a la altura del presente y, mucho menos, es capaz de asimilar y traducir las complejidades del futuro.  Ahora bien, ¿es posible su recuperación? ¿A qué renunciaríamos si dejáramos que desapareciera? ¿Cómo debería plantearse la transformación necesaria?

En "El Tratado Naval", citado por James Donald (Sentimental Education, Londres. Verso 1992 pg. 17) se recupera este párrafo de Arthur Conan Doyle, que me parece pertinente: "Holmes estaba sumido en un profundo sueño y apenas abrió la boca hasta que pasamos Clampham Junction.

- Es realmente divertido entrar en Londres por cualquiera de estas líneas elevadas que te permiten echar un vistazo a casas como esas.

Pensé que estaba bromeando, ya que la vista era bastante sórdida, pero pronto se explicó.

- Mira aquellas enormes masas aisladas de edificios que surgen por encima de las pizarras, como islas de ladrillo en un mar de color plomizo.

- Las escuelas comunales.

- ¡Almenaras, muchacho! ¡Faros del futuro! Cápsulas con cientos de pequeñas semillas en cada una de ellas, de cuyo interior brotará la mejor y más sabia Inglaterra del futuro"

La educación, y sobre todo, el sistema educativo, han sido forjados con la idea de futuro. Desde la revolución francesa de 1789 en adelante, el sistema de instrucción pública fue central como estrategia de producción de ciudadanos y formación de un público lector que asimilara los valores y saberes necesarios para integrarse a la vida republicana. Decía Sarmiento: "Un pueblo ignorante siempre votará por Rosas". No es casual que una de sus pasiones más intensas fuera la de desarrollar las escuelas, al punto que su ocupación, al dejar la presidencia de la Nación en 1874, fue convertirse en Director General de Escuelas de la Provincia de Buenos Aires. Si ese es un destino insospechado para cualquier político contemporáneo que se precie, en aquel momento la educación era una tarea de Estado de primer orden. Hasta el cínico detective Sherlock Holmes compartía esta esperanza en las escuelas comunes como "faros del futuro".

La persistencia de un imaginario

¿Qué queda hoy de la relación entre futuro y escuela? ¿Sigue la escuela pensándose como el semillero de una nación poderosa? Distintos indicadores apuntan a que esta idea sigue teniendo fuerza en el imaginario colectivo. No sólo hay discursos políticos que reivindican la tradición de la escuela pública, sino también hay investigaciones que reafirman que los alumnos, las familias y los docentes siguen creyendo que la escuela y la educación son cruciales para mejorar sus oportunidades sociales y culturales. Hay una sorprendente continuidad en este imaginario, sobre todo si consideramos que la expansión del sistema educativo republicano no ha podido evitar crisis económicas, debacles familiares o incluso la complicidad cívica con los golpes de estado a lo largo del siglo XX. Ello prueba una vez más, que las esperanzas no se construyen necesariamente con datos e la realidad, no necesitan verificarse en ella.

Críticas a la institución

Claro que esa esperanza no es ingenua ni deja de percibir los problemas del presente. Junto a esta idea extendida de que la escuela hace al futuro, crecen las críticas a la escuela por su irrelevancia, inadecuación a los tiempos que corren o porque no hace lo que debería hacer: enseñar. Las escuelas aparecen como organizaciones anticuadas, rígidas y poco flexibles para adaptarse a las demandas de la "modernidad líquida" que tan bien describe Zygmunt Bauman.

Se dice que los niños y adolescentes se aburren, están apáticos y poco interesados en lo que la educación tiene para ofrecerles, y que los profesores están desbordados con las múltiples demandas que tienen sobre sus espaldas. Si la escuela porta las esperanzas de futuro de la sociedad, su propio futuro, sin embargo, aparece en duda.

Más sombras que luces

Hay un elemento interesante que ofrece el cuento de Conan Doyle sobre el que convendría volver, y que es el contraste marcado entre esa esperanza y la sordidez del paisaje urbano. En ese fuego cruzado entre el detective y su alter ego, la escuela no sólo es esperanza de futuro; es también una actividad casi industrial, hecha de ladrillos, cotidiana y ordinaria. La luz del faro sale de edificios grises y plomizos. Es interesante esa contraposición, porque habla de un conflicto que hoy cobra nueva envergadura. En una "sociedad del espectáculo", por retomar la pegadiza frase de Guy Débord, ¿qué futuro le cabe a una institución gris y de ladrillos,  con más sombras que luces, con ritmos lentos y espacios estructurados? La pregunta va mucho más allá de una preocupación frívola sobre la falta de glamour de las escuelas, o su incapacidad de convertirse en noticia a no ser por los episodios de violencia escolar. En un contexto que pone por delante la innovación, la respuesta inmediata y la originalidad, ¿qué valor se le otorgará a la reflexión matizada, a la transmisión de la experiencia, a la introducción sistemática a marcos de pensamiento ya conformado? Otro grupo de problemas aparecen cuado uno considera las posibilidades de transmisión intergeneracional en un contexto poco estable, con marcos de referencia comunes cada vez más efímeros y elusivos. ¿podrá sobrevivir la escuela a este contexto de nuevas demandas y presiones? ¿Es una institución de la modernidad condenada a desaparecer, o la veremos transformarse?

Un futuro mejor

En un informe reciente de la OCDEI, se propone un ejercicio en base a tres posibles escenarios para los sistemas educativos en el futuro: el mantenimiento del status quo, el fortalecimiento de la institución escolar, y la desaparición de la escuela. El primero sería aquel en el que todo sigue como está, con instituciones crecientemente burocratizadas y con crisis crecientes. El segundo es el de una transformación escolar para que la escuela recobre relevancia, ya sea a través de afirmarse en su rol social de formación de las conductas y valores, o reubicando su lugar como centro de aprendizaje, con más peso de lo institucional, más recursos y más oferta en ese plano. El tercero es el de la desaparición de los sistemas escolares, ya sea por presión del mercado y la apertura de nuevas instituciones educativas no escolares, por la extensión de la sociedad de redes, o por una suerte de implosión de los sistemas ante la dificultad de reclutar nuevos docentes (un problema cada vez más agudo en algunos países del norte). ¿Cuál de ellos tiene más posibilidades? es difícil decirlo. Las amenazas de desaparición de la escuela y de mantenimiento del statu quo son reales y concretas. Las crisis reiteradas de la profesión docente, el declive de las formas centralizadas de gobierno y los juegos políticos locales hacen que hoy el sistema educativo esté mucho menos cohesionado e integrado que antes, y que no logre revertirse la correspondencia de la desigualdad educativa con las líneas de fragmentación social de la Argentina.

Pero también está la fuerza de ese imaginario social que sigue colocando a las escuelas en el diseño de un futuro mejor. Y este imaginario tiene efectos no sólo simbólicos: basta observar el aumento constante de la matrícula educativa en los últimos años para dimensionar la apuesta social masiva por la escolaridad, sobre todo en los sectores más pobres que ven en ese espacio una puerta a un mundo mejor.

La competencia.

¿Hay alguna otra institución social que pueda ocupar el lugar que hoy cubre la escuela? Por el lado de la producción cultura de referencias comunes, hay que reconocer que la escuela compite con otras agencias como la televisión e Internet, que hoy proveen saberes, lenguajes y sensibilidades no sólo a las nuevas generaciones sino también a los adultos. La cita de cada generación con la cultura común (parafraseando a Walter Benjamin) tiene más lugar en la televisión que en la escuela. Y este reemplazo de la lectura y la escritura por la televisión, dice Carlos Montsiváis, "posee un efecto distinto, devastador a corto plazo, pero carente del brillo del prestigio íntimo, no sólo por su naturaleza, que consiste en hechos efímeros, sino por su masificación". Además de poco íntimas y poco "apropiables", estas nuevas citas con la cultura común se trastocan todo el tiempo, fenómeno que acrecienta Internet, que promete un mundo a la medida del consumidor. Pronto estas referencias son incompresibles para muchos, y surgen numerosas dificultades para conversaciones entre generaciones, entre experiencias distintas, entre tribus, entre gustos. Una posible consecuencia es la tendencia, que ya es visible hoy, a encerrarse en el barrio, en la familia, incluso en su propio cuarto, y conversar sólo con aquellos a quienes uno "entiende" o con quienes comparte gustos.

Esto habla de que fortalecer la escuela puede ser la opción no sólo más deseable, sino también la que tiene más posibilidades de abrirse paso.

Que la escuela desaparezca significa que la sociedad renuncia a esta introducción más sistemática y más pausada a la herencia cultural y a diálogos más amplios con la experiencia humana, al menos hasta ahora, en que no se han inventado aún instituciones que puedan cubrir sus funciones de igual manera. La escuela puede ofrecer un contexto dónde pueda descansarse en otros, en una herencia acumulada, en un saber que otro nos ofrece, en un espacio donde uno puede equivocarse y volver a probar sin mayores consecuencias. Todo eso es un don a dar a las nuevas generaciones, que no habría que tirar por la borda.

La recuperación de la institución

Finalmente, habría que recordar lo que dijo Sigmund Freud hace muchos años: el futuro es sobre todo ilusión. Y la ilusión dice él, no es verdadera o falsa, sino que es una creencia que está empujada por la fuerza del deseo. La escuela sigue concitando el deseo de una sociedad mejor, más abierta a otras experiencias y lenguajes de la cultura y más protegida de las inclemencias sociales. Aunque no es todo lo que tiene que hacer, no se poco. Sospecho que en esa fuerza residen sus mejores posibilidades de futuro.

Inés Dussel: Licenciada en Ciencias de la Educación de la UBA y Doctora en Educación, Universidad de Wisconsin - Madison, EE.UU. Coordinadora de Educación de FLACSO
 

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