“Tusitala”



“Tusitala”, es el nombre que los nativos brindan en Samoa, al contador de historias. Desde épocas inmemoriales, todos los pueblos han contado con una figura similar. El más anciano del pueblo, venerado por su sabiduría, reunía a la comunidad alrededor de la lumbre y allí, surgían las palabras, la historia transmitida y fabulada. Después, llegaron los griots, el juglar, el trovador, el chamán… finalmente, la abuela... ante el calor que emanaba el fuego y el afecto que convocaba, mitos, leyendas, dudosas aventuras, e historias fueron pasando de generación en generación, de boca en boca, sin distinción de razas, fronteras o idiomas. Fueron los príncipes, hadas, brujos, marineros, sirenas, campesinos, ratones y gatos, héroes los encargados de enlazarnos con el pasado mientras se volvían universales.
Los narradores orales causan furor en América Latina. En apenas doce años, la región ha asistido a un inusitado interés por esa forma de cuento: ¿moda o retorno a las tradiciones?
Los cuentacuentos perviven porque el hombre ha necesitado de ellos como de la comida. La comida como alimento del cuerpo, y los cuentos y los cuentacuentos que ayudan a crecer a los niños.
Narrar es un arte porque cada vez que nos ponemos frente a un auditorio, infantil o adulto, tenemos como función primordial transmitir los valores estéticos de palabra.

Un cuentacuentos ¿Nace o se hace?

En la actualidad, narrar, además de una actividad de rescate de la tradición oral, se ha transformado en un instrumento de promoción de la literatura. Los cuenteros rompen con la narración lineal y recurren al lenguaje del cine e incluso de la publicidad.
Puede parecer muy sencillo contar un cuento, sin embargo, solo quienes lo hayan experimentado, habrán podido notar que no siempre se llega a buen puerto en esta empresa.
Si estamos narrándole a niños ya que suelen ser intolerantes ante las equivocaciones, piden el cuento una y mil veces, y esperan siempre que el narrador realice la misma versión, sin errores, distracciones o impaciencias. Si se trata de público adulto, son otros los factores que entran en juego pero igualmente, auditorio suele resultar exigente con el narrador que se ve obligado a desatar la imaginación, utilizar numerosos recursos narrativos y sin duda hacer gala de una excelente memoria.
Para Gabriel García Márquez, el cuentero nace, no se hace. Claro que el don no basta. A quien sólo tiene la aptitud pero no el oficio, le falta mucho todavía: cultura, técnica, experiencia. Es algo que recibió de la familia, probablemente no por la vía de los genes sino a través de las conversaciones de sobremesa. Esas personas que tienen aptitudes innatas suelen contar hasta sin proponérselo, tal vez porque no saben expresarse de otra manera. La capacidad de crear vida con palabras es esencialmente un don. Si uno lo posee desde el inicio, podrá desarrollarlo y logrará ser un exitoso cuentacuentos. Las manos del narrador se encargan de urdir los hilos mágicos que permiten unir las palabras en el cúmulo de emociones que genera una historia.

¿Es posible aprender a narrar cuentos?


Lo crean o no: No hay sistemas, métodos, ni hay recetas para alcanzar la maestría en narración oral: sólo hay historias de narradores orales y narraciones ejemplares de los narradores en acción. Sólo vivencias o cuentos compartidos. También en esto el arte de narrar se hace y es entre los otros, en los otros, desde los otros, con los otros.
Narramos para asustar los miedos, para conocer el mundo, para llenar nuestras vidas, por necesidad de comunicarnos... Muchas pueden ser las razones por las que una persona se decide a narrar, pero para que una narración sea válida, ha de cumplir un requisito fundamental, debe estar pensada como un mensaje artístico transmisor de emociones.
Cuando la historia se cuenta o se oye por primera vez, tanto el oyente como el narrador se interesan por conocer la historia, llegar al final y conocer un desenlace. Cuando la narración se escucha en reiteradas oportunidades, gozamos plenamente de ella.
Debemos tener en cuenta, que el narrador oral no es un mero repetidor de historias. Un verdadero cuentacuentos, debe conocer al personaje, su cultura, su estructura física, sus potencialidades, sus limitaciones, sus valores y sus flaquezas. No sólo debe pensar como él. Debe ser él. Para narrar, debe situarse en el ambiente en que se encontraba el personaje, conocer cómo se movía, que cosas le gustaban y a partir de ese conocimiento, improvisar. Lo cual no quiere decir ser improvisados.
Las palabras dan emociones, y estas nacen de la voz del narrador. Pueden ser irónicas, cínicas, desafiantes, persuasivas, desconfiadas, enamoradizas, vengativas, melancólicas... Una frase, dicha en tono satírico, no significa lo mismo que expresada en tono frío o distante. Es como un chiste: su gracia dependerá no sólo de la anécdota en sí, sino más bien por cómo la transmite la persona que la cuenta. Las historias hay que narrarlas con la pasión por las palabras, por los sonidos, por los gestos.
El tono de un relato es la actitud emocional que el narrador mantiene hacia el argumento y hacia los protagonistas. La entonación crea un efecto de empatía en el lector, porque, según el tono con que se cuente la trama argumental, ésta puede expresar diferentes sentimientos.
No es el mismo discurso afirmar que lloverá, dudar si lloverá o no lloverá o amenazar a alguien con que le lloverá encima.
El tono puede modificar la historia y forma parte del punto de vista desde dónde quiere narrar el escritor.
Una persona interesada en contar historias debe contar con fuentes de dónde extraer narraciones. Informarse con relación a la época en que transcurren y conocer profundamente a los protagonistas de las mismas. Luego, seleccionar las anécdotas e historias, memorias, o cuentos que puedan atrapar al auditorio. Para comenzar a realizar distintas improvisaciones del acontecimiento que se va a narrar y finalmente memorizar la adaptación realizada. Es preciso que el cuento o la historia nos guste de tal manera que sintamos el deseo urgente de comunicárselo a los otros para que puedan experimentar el placer que nosotros hemos conseguido.
No es importante contar muchas historias, lo importante es saberlas contar. Las historias se van adueñando de las personas así como al principio se dueñaron del alma del narrador. Y aunque pensamos que elegimos un texto, es él quien nos elige a nosotros.
Ya sea con cuentos ancestrales o postmodernos, los narradores orales están devolviendo el rito de escuchar historias, esos imborrables momentos de comunión iniciados por padres y abuelos a través de los primeros cuentos.
El cuentacuentos y los textos se unen en simbiosis, la comunicación artística está a punto de producirse. Se abre el telón de las fantasías, desaparece la realidad y surge otra, más amplia que aparece ante quién oye. Un espectáculo que suele provocar una emoción inédita en un mundo regido por la omnipresente pantalla: la comunicación directa, entre un público y un ser humano de carne y hueso que lo mira a los ojos y le exige aguzar la imaginación para no pasar al lado del único cuento sobre la tierra que, quizás, podrá atraparlo para siempre.
Señores y señoras, ha comenzado la función.
 



Lucia Castro Lugh