EDITH VERA

     
 
 CHARLA EN LA UNIVERSIDAD NACIONAL DE VILLA MARÍA SOBRE VIDA Y OBRA DE
EDITH VERA

 

Martha Parodi

3 de julio de 2004

 
 

Me voy a referir a una presencia  esencial de la ciudad de V.María, provincia  de Córdoba; Edith Vera, poeta de excepción, conocida y valorada a nivel nacional, y en varios países de América Latina y Europa.

Como sabemos, la  presencia femenina en la literatura tiene una larga historia.

Nuestro país brilla con muchos nombres. Son las herederas  de una larga tradición  que se inicia “Quizá -  dice  la uruguaya  Sylvia  Puentes  de Oyenard  -cuando la mujer se abre en fruto y en el primer arrullo inicia el canto; cuando despierta la memoria, y el lenguaje simbólico sostiene el trino de los pájaros”.

Mucho ha escrito Edith Vera. Poco se publicó.

Mucho se ha escrito sobre ella: poetas, periodistas, estudiosos de las letras, le han dedicado palabras  que sólo emergen  de  lagos profundos de belleza y misterio,  de valores que identifican a la humanidad. Destaco dos de esas  palabras  que se repiten  siempre: “Maga”  y  “Hechicera”.

Nació un 27 de agosto de 1925. La ciudad no pudo haber vislumbrado en ese momento la  excelencia que la habitante pequeñita traía escondida en su recién estrenada cáscara material.

Los datos sobre su infancia apuntan a una niña callada, observadora  de la naturaleza, ensimismada en la contemplación del microcosmos que encierran jardines y patios, y del macrocosmos de follajes dibujados contra el cielo.

Una de las notas principales  de su lírica es la permanente identificación con la naturaleza, por eso, para presentarla, acudo a una de sus poesías, que pertenece al libro inédito “La palabra verde y los caracoles”:

Tal vez porque fui rama

con hojas, sin espinas.

Más tarde fui una simple 

corola en la mañana. 

Porque fuego de soles 

el corazón me ardieron

y mi sangre fue savia,  

y mi piel sin defensa  

para ser lastimada

Después vestí de verde

de blanco y rojo grana

y elegí aquel poema

que tanto me gustaba.

Tal vez, por todo eso

una vez fui manzana.

 No escribió poemas en su  niñez, sólo uno a los seis años que después se perdió. “Yo siempre escribí mentalmente”, decía  Hay un poema escrito en 1965 que concentra aquel universo:

Cómo decir que el tamarindo es eso,

un tamarindo, un árbol,

pero que es algo más en la memoria,

Es el resumen de la infancia mía,

mi alfabeto de hojas.

Isla de maravilla en su patio olvidado,

es también el recuerdo del abuelo y la abuela

que esperaban a su sombra quién sabe qué milagro.

Él les vio quedarse yertos y siguió dando flores.

En su copa moraban los pájaros del viento

y yo aprendí  entre ellos,

trepando por sus ramas,

a descifrar lenguajes

que sólo se comprenden en el ritmo de ese árbol.

Tamarindo, hasta ahora

me llegan esas voces.         

 

Contaba también que a los 11 nació en ella una firme pasión por la lectura y el conocimiento, abonada por lo que podía leer en el diario “Crítica” y en “La Vanguardia”, diario socialista que compraba su padre. Y que allí conoció la Literatura, en la Biblioteca Socialista, que empezó a visitar.

Por lo demás, en la escuela casi no hablaba. Eso causaba preocupación en la maestra y retos en su casa. Un hogar de opresivo orden y agobiantes prohibiciones.

 En octubre de 1991 ese clima se plasma en un poema, que después integra el libro “Del Agua, de los Pájaros, de los Cielos y de los Quehaceres Terrestres”:

Un instante de la niñez me dice que entonces

por cuidar los manteles

comíamos las uvas en el aire.

Una conversación pedregosa

partía de una punta de la mesa.

La otra punta estaba vacía.

A los lados de la mesa

el silencio.

Al borde de las sillas nos sentábamos

tratando de no herir las esterillas

y no se sacaba siquiera

la punta del pie de los zapatos.

La distracción estaba a cargo

de alguna mosca que se posaba aquí y allá.

No decíamos

lo que guardaba el pequeño pecho

ni siquiera

que el pececito de la pecera

parecía agitarse cuando nos acercábamos

o que una de nosotras

bordó en punto atrás una amapola azul.

 

La escuela secundaria le resultó menos conflictiva, y muy interesante. Una mala relación con la madre se acentuó en esta época, pero se relacionó con mucha gente, y con amigas que lo fueron durante toda su vida, entre ellas Aracilde Sobral, y su hermana Norah, hijas del gran  educador Antonio Sobral. En esa casa, entre importantes libros  y objetos de arte, con feliz compañía, pasó muchas horas.

Todos la recuerdan como muy buena alumna, inteligente, sensible. fina, elegante. Según su amiga Julia Camps,  Edith “ se caracterizaba porque siempre se ponía flores en el cabello”. Nunca perdió esta costumbre. Y lo siguió haciendo mientras pudo. Hasta en el geriátrico donde pasó sus últimos días, cuando le llevaban flores, si tenía ánimo y fuerzas.

Este tema es recurrente en su poesía. Dice de su niñez:

Si encuentras a la que fue mi infancia

Le pones violetas en el pelo,

tréboles en los ojos,

una uva en la boca

y almendras en el corazón.

Ella comprenderá.

 

(En “Del agua, etc..)

 

Dijo en el año 92: “las flores eran y son mi debilidad...Quizá por eso, desde niña, me puse flores en mis cabellos, aún cuando salía a la calle”.

Sus amigas cuentan también que tenía gran cantidad de admiradores y muchísimos amigos.

En 1945 egresó de la ENVM  con el título de maestra-bachiller y fue a trabajar a Leones. Dos años después, la trasladaron a San Francisco del Chañar, en el límite con Santiago del Estero. En el campo, donde daba clases, solía andar a caballo. Más adelante surgirá el tema del caballo, al que le canta con frecuencia y en distintas formas .

Dice en un poema de 1978:

Soñé que era caballo

blanco como las nubes blancas

galopando en mi pecho, campo de alfalfa.

¿Hacia dónde iría?

 ¿Qué vientos azotaban sus crines?

Se elevó tomando el camino

de los caminos.

 

También recordamos su hermosa canción “El galope del alazán”, tan rítmica y expresiva de tanta fuerza.

Después de estas experiencias recaló en Córdoba , y finalmente regresó a su ciudad. Allí se casó, en l954, con quien fue el gran amor de su vida, el médico  Mateo Abner. Era una  época feliz.  Al año, compraron una hermosa casa antigua, bastante deteriorada,  la refaccionaron y pintaron. El resultado fue extraordinario: una fachada oscura con toques blancos en puertas y ventanas. Una apariencia única en aquella época, aunque hoy se ha extendido este modelo.

En el año 1959 comenzó el profesorado de Jardín de Infantes en la ENVM. Cuando egresó, fue Directora allí, en el Jardín  recién creado. Por esta época  se sucedieron  en aguda alternancia, hechos  buenos y malos en su vida. El matrimonio comenzó a andar mal. Edith supo que debido a serias enfermedades había quedado estéril. Impulsada por la profesora cordobesa María Luisa Cresta de Leguizamón, en 1960 se presentó  al concurso   “Campaña para una buena literatura para niños” organizado por el Fondo Nacional de las Artes  en Buenos Aires, y ganó el Primer Premio. Éste consistía en la publicación del libro premiado: “Las dos naranjas”, pero Edith estaba muy quebrada y no cumplimentó los requisitos indispensables para que el libro se pudiera editar.

En l964 se concretó la ruptura definitiva. con su esposo. Tuvieron que pasar cinco años más hasta que hizo lo necesario para que la publicación se realizara. Por eso, la obra salió a luz en 1969.

Mientras tanto, dados a conocer por los organizadores,  los poemas andaban sueltos  por el mundo. Se leían en programas radiales. Se daban en las escuelas. Integraban antologías. Fueron valorados por grandes personalidades, como Violeta Parra, que en el barco donde viajaba se los leía a sus nietos.

 De las cosas oscuras que signaron su vida, podemos señalar cuatro, todas fuertes y  causantes de grandes sufrimientos: El primero, la relación con su madre, que, siempre según sus relatos (pero en gran parte corroborados por  personas cercanas a la familia), fue dura y frustrante. Segundo: la imposibilidad de tener hijos. Tercero: el divorcio de su esposo. Cuarto: la exoneración de su cargo de Directora del Jardín  en el año 1979, en pleno Proceso Militar. Y los repetidos allanamientos a su casa,  que desquiciaban sus cosas  y acentuaban la situación de despojo que ya no iba a abandonarla.

De ninguno de estos golpes se recuperó nunca. Cuando en 1982 se clausuró esa etapa negra del país, muchos pudieron volver a sus cargos. A ella no le fue permitido. Y siguió viviendo, como pudo, hasta que después de algunos años obtuvo la jubilación.

Siguió viviendo hacia afuera, reuniéndose con amistades, acompañando los sucesos culturales que la movilizaban, pero replegándose en su interioridad. Cerrando su casa, a la que, desde 1985, nadie pudo entrar.

 Hasta ese momento tenía cuatro libros de poesía:  el publicado “Las dos naranjas”, otro escrito en 1972/73, que llamó “La casa azul” (editado 30 años más tarde) . “La palabra verde y los caracoles”  (1978/9).  “El conventiyo verde” (1983/4), que nunca  se editaron. Y un cuento, “El explicador de palabras” (1980)  también inédito.

Su bien merecida fama se debía casi exclusivamente al primer libro, conocido en muchas partes del mundo.

Aquí surge otro inconveniente, éste muy grave, aunque  común a otros grandes escritores, como por ejemplo Juana de Ibarbourou. Desde 1986 dejó de escribir. Afortunadamente, pudo volver a hacerlo a partir de 1990.  Fue un incentivo para ella haber asistido al taller literario “Girosueño”, donde según  solía expresar, se animó otra vez.

Después del 90, escribió otros seis libros de poesía:

  • “Del agua, de los Pájaros, de los Cielos, y de los Quehaceres Terrestres”  (1993).

  • “Palabra”  (1994).

  • “Láricas”  (1994)

  • “De recetas y testamentos”  (1994)

Todos sin editar.  Y dos en 1995  que después sí  fueron publicados por la editorial “r a d a m a n to” de Villa María, en  cuidadas ediciones : “Pajarito de agua”  y  “El libro de las dos versiones” (En 1997 y 1998)

Finalmente, en el año 2001, editorial Garabato de Córdoba, le publicó “La Casa Azul”, que tenía escrito desde 1972.

En total, de los diez libros de poesía sólo se publicaron cuatro.

Del resto, sólo podemos encontrar poemas sueltos, muchos de los cuales figuran en la antología de mi libro “Con Trébol en los Ojos”  (1996);  otros en distintos diarios y revistas;  y en numerosas antologías.                                                           

Durante los dos últimos años de su vida, cuando estaba en el geriátrico, decía haber escrito poemas que integraban  un libro nuevo, pero no fue encontrado. Sí  hay cuadernos con letra ilegible que nadie podría descifrar.

La casi totalidad de su obra inédita desapareció en dos sucesivos incendios en su casa (ocurridos, uno en junio de 2002 y  otro cercano a esa fecha). Ella no se enteró porque en ese entonces  ya no la habitaba .  Hay una historia oscura con esta casa. La   destinó para que sirviera  de Teatro para niños, Biblioteca y Casa del poeta. Donó de palabra el inmueble a la comunidad, pero el trámite no se concretó y sus amigos asistieron indignados a la acción “limpiadora” de la cuadrilla que el 3 de octubre de  2002  realizó el despojo final,  llevando en carros  a la basura todos los libros y papeles (muchos manuscritos) que ella había atesorado durante tanto tiempo.

Seguimos llorando la pérdida inmensurable.

De todos modos, lo poco que ha quedado, (“la punta del iceberg”, como decía ella refiriéndose a su obra conocida), es más que suficiente para mostrar la grandeza de su creación.

¿Y por qué hablamos de poesía grande?

Dice María T. Andruetto que cuando en 1984 comenzó a ocuparse de la literatura para niños, la poesía de Edith Vera brillaba como una extraña gema en el vapuleado mar de los libros para chicos. Ese solo libro que cayó solo, como “El color que cayó del cielo”, causó maravilla, asombro. Y nada cambió en ese sentido: sus libros han permanecido intocables, durante años, porque un gran libro es un objeto capaz de permanecer vivo en nosotros. Se han convertido en  “clásicos” – concluye Andruetto.

No es una obra que participara de logros poéticos generacionales o actuales. Es otra cosa. Por eso dijeen mi libro que “Entrar en su mundo poético es asomarse a un cauce sutil y delicado , que se remansa con ternura, para  llevarnos a niveles profundos de belleza y de misterio”

Para internarnos en  ese mundo, podemos acceder  por dos territorios:

El primero: Considerar sus diez libros  de poesía (cuatro publicados, seis no), que contienen poemas en general de versos cortos de métrica irregular, rítmicos, con poca rima, que convocan a un mundo sencillo, por donde transitan animalitos silvestres, domésticos; hierbas, árboles y flores. Personas, lugares, recuerdos, sentimientos, y tantas cosas...

El segundo: Demorarse en la Poesía con Mayúscula, que como un manantial irrefrenable brota de todo cuanto dice, sea en verso o en prosa. De cuanto decía oralmente en cada conversación, que envolvía a sus oyentes como una tela mágica

Me referiré al primero de estos territorios, y tomaré el poema inicial de “Las Dos Naranjas”, que no tiene título, como ninguno de los poemas de Edith, salvo los del libro “De Recetas y Testamentos”

Naranja, niña de espuma 

 quiso bajar a la tierra    

 y en el oro se bañó.  

Naranja, niña de oro,

 jugando a la ronda ronda

 en el azul se durmió.

 

En una primera interpretación, se puede decir que Las dos naranjas –mundo vegetal – son dos niñas –mundo humano-. Son diferentes entre sí. Dos versiones de la ingenuidad y la pureza que los personajes simbolizan, y de la belleza que persiguen. Como se puede apreciar, el texto es sencillo, un niño puede entenderlo. Pero va más allá, y provoca en nosotros profundas reflexiones.

La niña más inmaterial (de espuma), quiere impregnarse de claridad brillante y soleada. La más concreta (de oro) busca para sus sueños la elevación hacia el cielo y la profundidad de la noche.

Los dos aspectos de la vida: material-inmaterial; luz-sombra, sueño-vigilia, entrecruzan sus hilos. Se van tensando con sutiles movimientos para delinear la armonía de la trama.

Buscando más profundamente, percibimos que  su naranja es un elemento mutante de texturas y colores. Como dicela escritora cordobesa Estela Gadea de Leiguarda, en una primera instancia: “naranja, niña de espuma”, es infancia, es blanca, es flor y evanescente. Luego quiere bajar a la tierra – signo concreto – y se transforma en oro, que según el diccionario de símbolos es el elemento místico del sol. La tercera transformación es lúdica “ronda-ronda”. El naranja, en el prisma de colores, es color más cálido, y el azul más frío: esto dinamiza la transformación.

Todas estas mutaciones, en seis versos tan sencillos, nos asoman a la complejidad del mundo, que aquí se sintetiza magistralmente con su juego constante entre el SER y el PARECER 126

Evoco dos fragmentos del mismo libro donde la poesía destella:

No hay alegría 

más amarilla

que la de mis pájaros   

cuando en la mañana

les doy agua fresca...

Y:

 La tinta azul  (se hace)

 con agua y sombra de palomas.

  La autora solía decir que cuando escribía no pensaba  especialmente en los niños. Pero como ya sabemos, la profesora  Leguizamón la instó a presentar su libro al concurso de Literatura Infantil donde  fue distinguido.  Con una mirada posterior, podemos señalar  que algunos poemas, si bien no dejan de conmover  la sensibilidad adulta, son para los lectores pequeños: por el empleo del diminutivo, por los temas propios de los cuentos infantiles;  por los juegos de palabras y las onomatopeyas.

Se ha perdido un caballito

que no era de calesita 

ni dormía en el campo.

Era pequeño, bello 

y cabía en una bolsa de labores. 

Caballito de mar  

 ¿Dónde te has ido?

A ... .ananá  con mazapán...

E..ese tren  es ce papel

I... ji, ji, ji...

O... no, no, no.

U...chucu, chucu, chucu, chuuuu.

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Pero hay otros poemas de los que no se puede decir lo mismo Aunque los niños los entiendan, no son solo para ellos. Hay uno en este libro  que se puede considerar como su arte poética de este primer período, porque contiene lo esencial de su credo estético; una invitación a disfrutar del arte y de la vida desde la naturaleza y las cosas simples. Dice:

¿Vamos a recoger hierbas por el mundo?

Haremos un herbario con hojas y flores,

aún con las que parecen

un murmullo apagado en la arena

¡Qué bello será tener praderas,

pueblos, montañas, islas!

el silencio de una almendra caída

y el silbido de vientos lejanos

descansando

en el cálido abrigo de la falda!

En este planteo individual el YO lírico  se dirige a los otros y abarca el TODO.  Hay una valorización de la naturaleza y de los mundos pequeños. Se legitiman las sensaciones que construyen al sujeto poeta y su mensaje.

Destaco la belleza de la expresión “el silencio de una almendra caída”. Y me pregunto:  ¿No es una definición exacta de silencio? Ustedes saben, la poesía no debe desmenuzarse para ser explicada. Solamente estoy marcando lo que a mí, en particular, me moviliza estéticamente.

De “La Casa Azul” escogí tres poesías:

La puerta de madera

Antes fue árbol

donde llamó el viento,

un pájaro,

y, ¡ay! el silencio.

Debajo de mi almohada

duerme el sueño.

Cuando me acuesto,

se acurruca como un perro

entre mis ojos.

Donde se baña

la tarde,

el jabón tiene la espuma

azul

y  lejano el olor

Y lo que sigue:

Pajarito de agua

¿En qué rama cantas?

Pajarito de fuego

¿En qué rama ardes?

   Este poema, que da comienzo al  libro “Pajarito de Agua”, está en “La Casa Azul”, así como  “Yo vivo en una casa dibujada”, que da comienzo a  “La casa Azul” está en  “Las Dos Naranjas”.

De “La Palabra Verde y los Caracoles”:

Si la glicina en flores

volara por el aire 

y a su paso los cielos

dijeran  ¡Canta! 

no sería glicina,

sería el agua.

 

  Destaco aquí la levedad del objeto glicina, que acentúa líricamente haciéndolo  volar, y  más aún, trasmutar en agua.

Leo este otro que habla del origen del río y del sauce con un sutil manejo del espacio y en el movimiento de los colores.

Cayó el azul,

 corrió

 y se hizo el río.

 Se elevó el verde,

 lloró

 y se hizo el sauce.

Lo considero  una joya por su estructura formal pequeña y perfecta.

Recuerdo que en un reportaje que le hizo Víctor Iturralde Rúa en 1965, cuando le preguntó si había algo de su poesía que le molestaba, ella dijo: “A veces me fastidia el excesivo poder de síntesis, pero es que no puedo decir las cosas de una manera más amplia. Las cosas me salen como la naranja:  algo redondito y ya está”. En este poema, ese poder de síntesis llega a un extremo que maravilla.

A Iván Wielicosielek le confesó: “No necesito sufrir para crear. Encuentro algo subyacente en las cosas”. Creo que eso explica  la diferencia abismal que hay entre su muchas veces torturada vida y la luminosa radiación, la paz y la ternura que vuelca en toda su obra, donde  no hay resquicio para lo malo o feo.  Sí alguna mención de lo injusto, pero en contadas oportunidades.

Es lo que sugiere tantas cosas a sus lectores.

Dice la poeta Beatriz Molinari: “Edith dejaba al principio de la conversación una tristeza indescifrable en el aire, pero vaya a saber  por qué, su alma convertía la situación en un momento luminoso”.

La llama  en una carta Mirta Colángelo

“Edith, maga de las palabras, cántaro de música, alquimista de los colores”.

También le escribe Cecilia Bettoli: “¿Y qué decirle, Edith, lo que siento al leer “Las Dos Naranjas? Todos los colores, los gustos y los olores. La vida”.

Élida Norma Jurado de Janeiro, profesora de Música, le hace saber que ha puesto música a muchas de sus canciones. Le cuenta que “la culpa del acercamiento hay que atribuirlo en su totalidad a esas dos naranjas que destilan poesía con mayúsculas, y por lo tanto, ritmo y musicalidad por los cuatro costados”.

Dijo su amigo Mario Moral, poeta de Villa María,  “En el absurdo estremecimiento que provoca toda excepcional belleza, está el gesto de Edith, en su existencia y escritura”.

El poeta Marcelo Dughetti hace poco,nos remitió  a “la imagen de una señora toda de azul, montada en una vaca, entra(ndo)r  en su palacio”. “Allí está –dice- en su cabalgadura, la princesa de Las Dos Naranjas”. 

En cuanto a opiniones,  paro aquí, aunque todas las que leí y sigo leyendo  sobre ella son del mismo elevado tenor.                                                                                     

Desde “La Palabra Verde...”   comienzan a aparecer temas que no tienen como destinatarios a los niños: hablan del amor ausente, del dolor, el temor. Se menciona el origen y destino de las cosas, la tristeza.  Por supuesto, también de flores y frutos, como siempre. Leo un ejemplo sobre los  caracoles, que  especialmente la inspiraron:

Acaso, alguna vez, fueron sus líneas

la raíz de la luz, el puro fuego.

Hoy no sabemos leer, es su extraño

espiral hecho

espiral deshecho.   

“El Conventiyo Verde” está escrito en verso.  Son  16  estrofas. Hablan de las flores en el momento de su muerte: rosa, glicina, margarita, camelia.  Árboles. Yuyos. Y de los seres humanos, con los defectos y tragedias de la gente. La novedad aquí es el uso del lenguaje lunfardo, y el resultado, como siempre, una pequeña joya, donde tampoco falta el humor.

Se la manyó la vida

propio que un caramelo,

pobre florcita leve,

rosa pitiminí.

Con los primeros fríos

desató sus polleras,

y una a una cayeron

y el viento las llevó.

Vino la Parca entonces,

Le chamuyó al oído,

y sin decir ¡la  pucha!

la rosita espichó.

Párrafo aparte merecen los Poemas no incluidos en libro, como los  llamé en la Antología de “Con trébol en los ojos”. Pertenecen a distintas épocas. Siempre pensé que ella los había separado de los que era su intención hacer llegar a los lectores, quizá porque los había hecho sólo para sí. Sus temas: el amor, el dolor. Conversaba sobre ellos y podía extenderse al hacerlo, pero su mensaje de poeta los había apartado del lector.  Leo dos / tres:

Todos los días, / despierto/ o no despierto/ o me despiertan.

Las gentes me dicen cosas / y yo digo algo.

Me baño./ Me visto./ Como./Bebo./ Voy./ Vengo

Y pienso en ti,/ y pienso en ti./ Y quisiera que estuvieras conmigo.

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Tengo la absoluta certeza

de que un bosque encendido vuela sobre mi cabeza

y que uno de sus pájaros

traza con el ala

el recorrido exacto de la vida

descendiendo entre piedras grises.

Abajo, abiertas, mis venas y arterias,

esperan.

Viejos aromas de resinas exhuma el bosque

cuando las garras

dejan su huella en la piel.

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Entonces me acostaba

con Neruda, el gran Pablo

y en una playa blanca hacíamos el amor.

El mar no nos miraba

Ni un caracol ya quieto

traído por las olas

quedaba entre los dos.

Nada de algas buscando

dormir entre los muslos

ni siquiera la arena

brillando en nuestra piel.

De ese amor no hay olvido.

Ese amor me ha dejado

una rosa en la mano

corazón de palabras

pétalos de papel.

 Tomó el tema político. A veces, habla de los desaparecidos, entre los cuales hubo amigos suyos, como de todos nosotros.

Y escribirá la historia   

queriendo hablar de los que se fueron

llevados hacia el horror 

por la violencia. 

 Y no podrá decir de todos 

dónde terminó el viaje   

cuál es el sitio   

donde reposa  

aunque sea un mínimo meñique

del que fuera

vida  vida   vida.   

Dónde alcanzar una flor.

Dónde llevar una simple piedrita.

Que tenga el oído atento

a la injusticia.

Que no tenga los ojos cerrados

 ante el horror.

Que mis hombros sean fuertes

para ayudar al débil.

Y que tenga el corazón de abejas

para que mi lenguaje sea

sustancioso panal.

Eso nomás, vida,

Eso nomás.

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“Pajarito de  Agua” contiene 15 poemas que presentan la simbiosis de siempre. Las maestras se los leen a los niños, que los reciben con júbilo. A otro nivel, los adultos también recibimos el mensaje, donde abundan  las preguntas. Eternas preguntas sobre el ser y el destino de los hombres.

Pajarito gris

¿Te pierdes en la niebla? 

 Pajarito blanco

¿te pierdes en la nieve

El pajarito azul

se pregunta:

 ¿Puedo ir al cielo?

Un  hombre

            con un caracol al hombro

            sabe que lleva

            por un breve momento

            una espiral

            envolviendo la multitud

            - ¡Aligeren el paso! -

            chilla desde el trigal,

            la urraca.

 

 

                                       

Este  poema termina con un gesto humorístico. Quizá porque en  este mundo alejado de la filosofía, del pensamiento profundo, la lentitud perturba; y la urraca lo hace saber, graciosamente.

Pero en los primeros cuatro versos conmueven la construcción del tiempo y del espacio, y la profundidad del ser y la percepción de la humanidad abarcada en un gesto.

“El Libro de las dos Versiones”  contiene diez pares de poesías, denominados en cada caso: “Versión I” y “Versión II”. Tomo dos de estos conjuntos:

Versión Primera:

El sol viaja en el cielo

y es puro oro.

Nacen bajo su luz

enorme girasoles, retamas,

y el corazón de las manzanillas.

 

Versión Segunda:

 

¿A qué penumbra hay que acudir

para leer

a Xul Solar, sus enigmas

los mensajes de otros soles?

¿Entrecerrando los ojos

guardando los asombros?

 

Versión Primera

 

 A mis pies

deteniendo el paso,

la  mariposa muerta.

¡El viaje interrumpido

entre la flor y el aire

cerrando

una vida tan breve!
 

Versión Segunda: 

 

Desde la mariposa muerta

parten alas y alas.

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En cuanto al segundo territorio, que  denominé Poesía con Mayúscula   abarca los libros  ya mencionados

También  incluyo los cuentos conocidos, escritos por nuestra autora.

Ya hablamos sobre la actitud reiterada que le impedía decidirse a publicar, y que por eso “Las dos Naranjas” debió esperar diez años para materializarse como lo merecía.

El único trabajo que se tomaba  era el de enviar poemas o cuentos  a los concursos. Muchas veces la premiaron, y la publicación de esas obras iluminaba el cielo lector de la ciudad, restallaba en el río Tercero (ahora  Ctalamochita)  que tanto amó, y derramaba sus esencias por su provincia y por dondequiera.

Los cuentos que conocemos son:

*Ratita Gris y Ratita Azul:  Primera publicación. (¿)    La de la 2ª. 1995

*Un cuento para chicos.(19  ).

*El Explicador de Palabras.       (1980  inédito)

*El Herbolario.    (1991)

*De cómo es posible ver cosas que nunca se vieron y hacer  cosas que nunca se

  hicieron.

 *Alas.         (1991).

*Tres cuentos en tres nidos:  

1-Cuento que cabe en el nido del picaflor

 

                  2- Cuento que cabe en el nido. de la paloma torcaza.

            3- Cuento que cabe en el nido del pato sirirí.  (1995)  

*Amores rústicos.  (1995 – Inédito)

*Debajo de mi almohada.(1995)

*El lugar donde vivo.      (1995)                                                          

  Y a “Cuando tres gallinas van al campo”  ¿Cómo lo ubico? ¿Es poema o cuento? Como tantos de los misterios que rodean a Edith, tampoco he podido responderme a esa pregunta

LOS CUENTOS DE EDITH  no compiten  con los poemas en cuanto a cantidad, pero vuelan tan alto como ellos en su aéreo camino a la belleza. Porque más que cuentos, son poesía que se narra, ternura, sutileza, gracia y humor, páginas de oro, letras de luz. Digo aéreo y pienso en la levedad de su lenguaje, además de su luminosidad.

Para hablar de los cuentos es necesario recordar fragmentos, porque aquí es imposible tomarlos íntegros (como hicimos  con los poemas). Entonces me referiré a ciertos pasajes de algunos.

Recuerdo a la gallina que comprendía la actitud  rebelde de su hijo que quería ser perro, porque ella, cuado era joven, había querido volar como las mariposas.

Evoco la ternura cuando se menciona a “Ratita Gris, hocico rosado y patitas que andan más que el viento” y  a “Ratita Azul, hocico blanco y patitas lerdas”.

A la Gorrioncita que miraba el horizonte, y que a su amado gorrión le envió un mensaje escrito con  pluma de garza y tinta, en una hoja de papel. “Estoy tan sola que me duele el corazón”, le decía.

La casa del Hacedor de Alas, donde “se abre la puerta y dentro todo se vuelve luminoso; donde un hombre alto con un manojo de plumas en las manos los saluda. Donde hay tanta luz, que allí nada hace sombra. Donde el caballo Pilpinto quiere volar al cielo  para ir a ver a su compañera, “que está  en el alto país de las estrellas”. El caballo Pìlpinto puede volar con las alas que le fabrica el hombre alto. Anda por el aire, como tantas cosas en los poemas de nuestra autora. Ítalo Calvino le concede al vuelo en la literatura una función existencial: la búsqueda de la levedad como reacción al peso de vivir. Para él, la privación de algo se transforma en levedad y permite volar a ese reino donde toda carencia será mágicamente satisfecha.

Paso ahora  a comentar “El Herbolario”.

Diremos, para empezar, que es un cuento. Incluido en el libro: “Concurso Literario Homenaje a Jorge W. Ábalos”. Ediciones Municipalidad de Córdoba.1991.  Edith lo presentó a ese concurso, donde obtuvo el tercer  premio.

Lo llamé relato-poema, porque como tantos de sus textos desborda el molde formal. Lo mismo digo de “Cuando tres gallinas van al campo”(Plaquetas del Herrero. Ediciones radamanto. 1997), al que llamo poema-relato..

“El Herbolario” está dedicado “A Aracilde, hierba en flor”.

El personaje se llama Sixto Durán.  Comienza: La mano que ha escrito esto es una mano vieja..

Es mi mano, la de El Herbolario de esta comarca cordobesa comprendida entre el Xanaes y el Talamochita, bravos ríos.

Quiero decir que hoy mis manos ya no recogen hierbas, ya no las cultivan, ya no acercan los tallos del aromo al dolor de la carne ni la flor de la retama al loco corazón agitado.  Y estando cerca el día de irme en el gran viaje, dejo el inventario de mi botica.

Es decir, que asistimos a la etapa final de la vida de este personaje mítico, sencillo y sabio.

Como dije: “Leer El Herbolario es acceder a un universo hermoso y profundo, cincelado en todas las tonalidades del verde, marco privilegiado de los demás colores, que como luciérnagas aparecen y desaparecen brevemente...temblando como el colibrí”.

Un mundo de suave recogimiento, de bondad y ternura. De acercamiento al hombre  para hablar de las maravillas que nos rodean y que no siempre estamos dispuestos a ver”.

Quien lea “El Herbolario” (como en todo lo suyo), encontrará a Edith a cada paso.

Desde las primeras palabras tenemos la certeza de que ese personaje es ella. Él ha dedicado sus afanes “al estudio de la naturaleza para arrancarle sus (...)secretos  (y)... extenderlos como un manto curativo al corazón del hombre”.

La autora “nos trasmite sus conceptos sobre vida y muerte. Felicidad y congoja. Ingenuidad y sabiduría. Sombra y luz... en “un verde discurrir”. Su legado es la concepción de la poesía  como impulso para recalar en la luz que proporcionan la belleza., alto alimento espiritual, y la sabiduría”.

Lo  que él lega es su conocimiento de la psicología humana, su hallazgo de la síntesis: vegetal-humano, natural-espiritual.

 El bálsamo que ella prepara para sus lectores es la poesía: Que busquen la belleza en las cosas naturales: (el sol, el rocío, los vientos). Amparo en el poder misterioso de los objetos que desde la noche de los tiempos acompañan al ser humano (cestos, baúles, tazones, morteros, cuchillos, cucharas). En el reino de lo minúsculo (“la rama  pequeñita de cedrón”, “las ínfimas hojas).

Edith es también el sauce, que “No sabe bien cuál es la diferencia entre la realidad y los sueños”. Ella habla de “ese desacomodo aparente de su existencia”. Y expresa en sus versos: “Nada dejé, fuera de la desordenada urdimbre de mi vida”. Es Evangelina Ramírez, cuando le escribe a Sixto:  “Y lo peor es que no florezco”

El “yuyero” conserva cartas de mujeres que han acudido a él. La segunda, escrita por Evangelina  Ramírez  es otra  pequeña joya:

Villa Nueva, 15 de octubre de 1903

            Señor Sixto Durán:

 Me dirijo a usted con la seguridad de que me ayudará en este difícil trance.

 Quiero que me saque los vegetales del cuerpo.

Ya casi no me muevo, si no es que me mueven el viento, la fuerza del sol o la de la lluvia. No he podido impedir que me salga una rama en la espalda, a mí, que siempre soñé con ser un caballo blanco.

Parece que ya no tengo forma humana, porque los pájaros van y vienen, atravesándome, posándose en mí.

Esto es cada vez más terrible.

Y lo peor es que no florezco.

“Como Evangelina en su cuerpo, Edith  rebosa de vegetales en su mente y en su corazón. “Quiero que me saque los vegetales del cuerpo”,  pide el personaje. Y Edith:

 “Yo quisiera sacarme los vegetales de la cabeza y pensar en otras cosas”, ha dicho alguna vez.

“Ya casi no me muevo”, añade Evangelina. “Soy una copa  quebrada contra la tersa voluntad del tiempo”, dice Edith en un reportaje de Mario Moral.

Edith habla del peso que le provocan las enfermedades, de las llagas abiertas que no  cicatrizan. “No he podido impedir que me salga una rama en la espalda, a mí, que siempre me gustó ser un caballo blanco”, se queja Evangelina. . “Más que ninguna, esta expresión, difícilmente olvidable, “es” Edith. Ella íntegramente, atrapada en su  atadura humana, volando por los cielos de su esplendor poético.”(Con Trébol... (81)

“Como el fluir poético en este relato es tan caudaloso, no podemos referirnos a todos sus hallazgos. Sería larga empresa. Sólo se puede decir que cada vegetal, cada ramita, cada flor, cada frasco, encierran algún matiz de la personalidad de la autora.  Que cada receta, cada enfermedad o pena, la contienen. Cada señal imperceptible moviliza su intuición. Que ella misma, en su totalidad, es la  botica que nos lega Sixto”.

¡Y qué decir de la  sutileza de  ese lenguaje original, donde las palabras se deslizan por el texto como partículas vibrantes de sombra y luz. “Este lenguaje despliega –ha dicho Sergio Stocchero- una musicalidad fresca y espontánea que hace pensar que cada palabra ha sido colocada en la página como en un pentagrama”.

Expresó  Mario Moral:   “He leído esta obra con mirada de pasajero alucinado, y descubrí  aquí y allá, música y reveberación de otras voces”. “El texto –agrega - está atravesado de resonancias en impensadas direcciones”. “El Herbolario – dice también -es agua y cántaro de una entidad simbólica plena de significados. Que Edith, como su personaje, “es orfebre minucioso y delicado para bordar la trama de lo diminuto  con el cósmico rodar de galaxias y luceros. Que pequeñez e inmensidad son platillos de una misma balanza en la sensibilidad de una hechicera de edades niñas sin término”.

Por mi parte, yo hablé largamente de esos infinitos caminos de corazón verde, y titulé el capítulo en que hablo de este cuento: “Himno vegetal, estremecido canto”.

Esta charla llega a su fin. Aunque queda tanto sin decir. Aunque no he  tocado el tema de las canciones que nos dejó, de los exquisitos dibujos, como si fuera nuestra propia García Lorca. De los singulares artículos periodísticos. De la importancia de su labor educativa , terreno en el que abrió puertas y señaló el camino de la libertad. De la magnífica unidad de todo lo que  quiso y utilizó:

De cómo le cantó al amor:

Te dibujo, amor.

            No puedo decir sólo con palabras

            cómo has nacido.

            Resulta pobre todo lo que digo.

            Por eso te dibujo

            Y te pinto como si fueras

 una manzana, toda luz

toda aroma

y vida.

 

Villa María siempre la reconoció. Y ahora, a dos años  de su ausencia, se le están  ofrendando  honores, de ésos que se le rinden a un grande.

Edith Vera nos ha dejado un mundo sencillo y vasto. Maravilloso.  Único.

Podríamos decir que se resume en muchas cosas, pero tomo,  del libro “De Recetas y Testamentos”, el “Testamento de la Paloma Gris”.

Dejo a las marcas de mis patitas

en el barro.

Dejo el arrullo

que hacía  que cada hora de la siesta

fuera más propicia al sueño.

Las danzas del amor

siempre renovadas.

La mirada de mis ojos dorados

ante cada amanecer.

MARTA PARODI

Congreso de Educación de la UN de V.María.

Como el tiempo lo permite, voy a leer, para finalizar, un pequeño gran mensaje de Edith. Escrito para el Día del Escritor  en junio de 1966.  Pero destinado en realidad,  al “ser humano” que todos somos:

 “Me afirmo en la idea de que junto a nosotros, los escritores, y además de nosotros, la vida escribe múltiples libros

*Poéticos libros escriben cada día todos aquellos que no solo ven la realidad sino que pretenden transformarla para que sea más propicia a la vida de los hombres.

*Bellos libros escriben las mujeres que cada  día tienden las sábanas, encienden los fuegos, cocinan la carne, las manzanas,  y recorren el lugar en febril actividad.

*Heroicos libros escriben los trabajadores por estos  días, sabiendo que el producto de su esfuerzo generalmente no es suficiente para vivir.

*Tristes libros escriben aquellos que han sido desplazados de su trabajo y los que no lo encuentran, por lo que les está  negado convertirse en positivos seres sociales.

De modo que el escritor toma una hoja en blanco y se transforma en escribidor. Sólo que es un  escribidor  que vuelca algo de él, de su forma de ver las cosas, de sentir la vida que le transcurre por dentro y por fuera.

El escritor, manzana madura.

El escritor, manzana pelada.

El escritor, manzana partida en dos.

 

 
 

                   

 
 

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