Una literatura "menor"

Si se repasan las últimas décadas de la literatura infantil producida en la Argentina, salta a la vista que ciertas tensiones internas se resolvieron a favor de una mayor autonomía literaria del género, de un mayor respeto hacia la independencia del lector y de un debilitamiento del componente moralizante y educativo del género.

 

Salvo las excepciones que precisamente dieron lugar al cambio (María Elena Walsh, Javier Villafañe, el antecedente de Horacio Quiroga, y muy pocos otros más), el modelo que fue desplazado hacia 1983, para poner una fecha connotada políticamente, traficaba contenidos morales en textos que literariamente no tenían demasiado valor y que respecto a la literatura en general lo menos que se puede decir es que "atrasaban": no hay entre ellos rastros de Borges, Cortázar, Macedonio, Mafalda, El Eternauta o lo que sea, ni de ninguna idea de la época, aunque es bueno recordar que aún en el propio campo de la literatura infantil y juvenil hacía bastante que habían publicado Lewis Carroll, Mark Twain o Andersen, cuya lectura hubiera sido suficiente argumento para desear una ruptura.

 

La que quedó atrás era la literatura de las distintas dictaduras militares, cargadas de "deber ser", una literatura de espaldas a la literatura, concebida como una herramienta educativa que militaba contra la polisemia y apelaba a la moraleja para limitar la independencia interpretativa del lector. La que la reemplazó (y debe haber pocos casos de desplazamientos tan notorios de una producción por otra, incluyendo nuevas editoriales, autores, ilustradores, ideas, recursos de promoción y hasta una nueva concepción del rol de bibliotecaria escolar), fue una literatura más cercana al lector real, abierta al diálogo con toda la literatura universal y con otras zonas de ficcionales del mundo infantil, como la historieta o el cine, y más interesada por el juego, el humor y cierto espesor dramático.

 

El cambio coincidió con la democracia, pero es justo decir que algunos elementos de la literatura anterior sobrevivieron en lo nuevo. También, que algunos clisés ideológicos de nuestra época y las determinaciones del mercado y la escuela tienen puntos en común con el modelo desplazado. En los años ´80 hubo una especie de transición "psi" que reemplazó contenidos morales por otros relativos a cómo vivir de manera "progresista" en el mundo contemporáneo: cómo debe resolverse un conflicto (dialogando), cómo respetar los derechos de los demás, etc.

 

No se trata de poner en tela de juicio esos contenidos sino de advertir que de cualquier forma persistió la inflación del elemento formativo en la concepción de la literatura infantil. La parte de la biblioteca donde se deben rastrear las lecturas que influyeron en esa concepción son los textos de psicología y de psicología social, en auge el nos años setenta, y sin duda también en las ideas sobre la función social de la literatura de los mismos años. Con este cuerpo de lecturas y conceptos guarda relación la tendencia a sobreproteger al lector, suavizando los conflictos, evitando muerte y momentos de angustia, y también algunos planteos reduccionistas que todavía circulan y que, desoyendo  justamente a Freud, aseguran que las  escenas violentas del cine, la tv o la literatura producen niños violentos, o que los libros "de terror", además de ser una moda editorial, "aterrorizan" y producen efectos negativos en los lectores.

 

La entronización de la ecología y el conservacionismo como único conflicto social, es una marca que no s indica que el lugar de circulación -la escuela-. está demasiado presente en muchos textos. Hay que debatir problemas sociales en el aula pero no se puede hablar allí de conflictos de clase, concentración de la riqueza y muertes por desnutrición.

 

El mercado del libro infantil tiene una fuerte dependencia con el mundo escolar y paga ese servicio con esfuerzos de adecuación al mundo de representaciones ideológicas potables para los ámbitos escolares. No está de más decir que ese mundo escolar "oficial" no es asimilable a la ideología de los docentes; es otra cosa: una construcción superestructural más vasta e institucional, algo como el superyó de la Nación.

 

El campo de la literatura infantil se ha expandido en los últimos años y tiene cierta presencia y reconocimiento social. De todas formas, es un crecimiento suburbano, como esas aglomeraciones surgidas sin trazado previo en los confines de las grandes ciudades. Esa situación respecto al centro cultural es parecida a la de la historieta, la canción o cualquier otra forma en las que los consensos admiten "talentos" particulares sin que por eso asimilen la actividad al terreno del arte, en este caso al de la literatura. Esa marginalidad, al mismo tiempo que le impide a la literatura infantil toda interlocución erudita, la deja a salvo de la represión de los gustos establecidos, del expansionismo hermenéutico de la calle Puán y de cualquier canon corrector circulante. Gracias a esa vida apartada, gran parte de los textos de la literatura infantil se abren hacia zonas discursivas menos avaladas por la comunidad literaria y casi no transitadas por la literatura mayor, seria, que dicho sea de paso, es demasiado seria.

 

No son pocos los libros para chicos que abordan estructuras novedosas, que se salen de lo literario establecido, que  toman préstamos de lenguajes de la cultura masiva y experimentan en las afueras de los géneros. La experimentación formal, el humor, las rupturas con los géneros, son una nota frecuente en la literatura infantil.

 

La especificidad de esta producción es la de incluir y ser determinada por un destinatario virtual infantil. Hay un adulto de este lado y un chico del otro. El texto está más o menos dentro de las fronteras lingüísticas del lector y sus materiales temáticos remiten a su universo. El que escribe juega dentro de esos límites "contra" todo lo que leyó, y sus lecturas naturalmente suelen ser las de un adulto.

 

El chico necesita que el texto remita a su mundo pero también que aporte "novedades" temáticas y formales, restos de mundos desconocidos, ya que lo frustraría ser confirmado en todos los saberes.

 

El adulto escritor, finalmente, tiene sus propias obsesiones al escribir y trabaja a sabiendas de que del otro lado hay una demanda bastante concreta. De esas tensiones sale la literatura infantil y, en el caso de la que se escribe en Argentina, suele ser muy bien valorada por los lectores. Creo que a nuestros novelistas y cuentistas serios, del centro literario, no les vendría mal darse una vuelta por las obras de Ema Wolf, Graciela Montes, Jorque Accame, Fernando Sorrentino, Lus Pescetti, Adela Basch, José Clemente, Marcelo Birmajer, Ana María Shúa, Pablo de Santis, Liliana Bodoc, Horacio López, Oche Califa, Solvia Schujer, Graciela Cabal, Gustavo Roldán, Laura Devetach, y demás.

 

Al fin de cuentas, alguien dijo que "la literatura infantil es aquella que además, les gusta a los chicos.

 

 

Con autorización

del autor: Ricardo Mariño

15ª Feria del Libro Infantil

2004

 

 

Si querés conocer un poco más al autor:

 

 

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