Dulce de leche provinciano

Graciela Balbastro

 La tía Coca, con aires de siestera ceremonia, sacó la fuente a la ventana, bien tapadita con el repasador blanco. Detrás de la higuera del gran patio provinciano, los sobrinos esperaban escondidos.

Era esa mágica hora en que los adultos aflojaban un poco la disciplina, yéndose a dormir la siesta. Sólo la tía Coca permanecía despierta, preparando dulce de leche.

Pero no era cualquier dulce.  Ella lo hacía bien espeso, durito y azucarado para prepararlo en barritas, a las que a veces mezclaba maní.

Cuando la tía Coca creyó a salvo las preciadas barritas, fue a sentarse debajo del parral, simulando un tejido. Pero los chicos sabían que el calor de la siesta, la vencería al fin.

El sillón dejó de hamacarse. La cabeza de la tía se apoyó en el respaldo y entonces los chicos comenzaron a dejar la sombra protectora de la higuera.

Pero se necesitaba coraje para cruzar el patio, llegar hasta la ventana de la cocina y escapar con la fuente.

Entonces la tía Coca se despertó, acomodó su cuerpo en el sillón, y con dos o tres hamacadas volvió a su siesta.

Los sobrinos habían quedado congelados del susto, y todos lo miraron a Ito. Si alguien se animaba era él. No era el mayor, pero era el de las ideas terribles. Además, las llevaba a cabo. Ito ya no esperó . De un solo salto hizo todo: sacar la fuente, salir corriendo y refugiarse en el baldío de la esquina. Todos los primos lo siguieron.

Muy contentos, se sentaron en el cordón de la vereda y se comieron todo el dulce.

El dulce se hizo amargo cuando los adultos se despertaron y sólo encontraron el repasador en la ventana. Así que hubo reparto de retos y penitencias. Pero todos los chicos hicieron causa común con Ito y nadie lo traicionó.

Pero tía Coca seguramente  había decidido buscar mejor lugar para enfriar el dulce, pues a pesar de que  la vieron revolviendo la inmensa olla, por dos o tres días nadie pudo descubrir el dulce.

Hasta que. . .

El perro, el gato y el loro, todos dormían en esa siesta especialmente calurosa.

Sólo los  primos  encontraban qué hacer.  Ahora estaban sacando los  vidrios de colores escondidos en el hueco de la higuera. . . cuando vieron que . . .¡al fin! tía Coca ponía la amada fuente en la ventana.

Todos se miraron.

- ¿Quién se anima? Susurraron.

Pero las cabezas dijeron que no. Aún duraba el recuerdo de la reprimenda.

En esa oportunidad, Ito quedaba solo con su glotonería. Y las ganas fueron más fuertes que la prudencia.

- Si no me acompañan, el botín será para mí solo!, exclamó. Y para que nadie lo alcanzara ( ni primos ni adultos), pasó corriendo al lado de la fuente, de un manotazo se llenó la boca y hasta la esquina no paró.

Pero... ¿qué le pasaba?.. . ¿qué era ese gusto extraño?... además..... ¡¡¡¡pompas y burbujas comenzaron a salir de su boca!!!!!!

La tía Coca tenía otra habilidad.

No sólo hacía los dulces. También preparaba todo el jabón que usaba la familia.

Y esta vez, lo había hecho en barritas.

. . . Había decidido “lavar” de picardías su cocina.

Publicado con autorización de la autora

Del la antología “Barrilete”

Editorial EDEBÉ.

Buenos Aires. 2.003

 

 

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