Estaba un ratoncillo aprisionado en las garras de un León; el desdichado en tal ratonera no fue preso por ladrón de tocino ni de queso, sino por que con otros molestaba al León, que en su retiro descansaba. Pide perdón, llorando su insolencia. Al oír implorar la real clemencia, responde el rey en majestuoso tono (No dijera más Tito): -Te perdono! Poco después, cazando el León, tropieza en una red oculta en la maleza. Quiere salir; más queda prisionero. Atronando la selva, ruge fiero. El libre ratoncillo, que lo siente, corriendo llega, roe diligente los nudos de la red, de tal manera que al fin rompió los grillos de la fiera. Conviene al poderoso para los infelices ser piadoso. Tal vez se puede ver necesitado del auxilio de aquel más desdichado.
Félix Samaniego |
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