La literatura Infantil

 

o la infantilización de la literatura

 

Cecilia Bixio - 2005

 Voy a hablar desde dos experiencias: mi experiencia infantil como lectora y mi experiencia como asesora en escuelas donde el libro intenta ser un objeto que acerque al niño a la cultura.

 

Los usos de la literatura para fines pedagógicos:

Hablar de educación no es lo mismo que hablar de pedagogía. La literatura tiene fines educativos pero esto no necesariamente implica que estos fines deban ser “pedagógicos”. En esta distinción, todo libro puede y tiene fines educativos, porque socializa y subjetiviza, porque nos acerca a la cultura universal, regional y local.

A lo que nos oponemos es a intentar acercar al niño al texto literario desde lo pedagógico. Castoriadis define la cultura como lo que excede lo funcional-instrumental, esto es, lo que no “sirve” en el sentido pragmático y servil, como función de subordinación, diría Muller. Sin embargo, veamos la siguiente situación: debo enseñar gramática y en vez de inventar oraciones o párrafos de escaso valor literario, podemos apelar a aquellos que son además interesantes. Pero, teniendo en cuenta que  lo que estamos intentando hacer es una reflexión sobre la lengua escrita y no la búsqueda mecánica de sustantivos o subordinadas.

Reflexionar sobre la lengua desde la literatura puede ser un ejercicio más interesante que reflexionar sobre la lengua desde un texto amorfo. Nadie duda hoy que sea menos interesante aprender a leer con un libro de lectura que aprender a leer con libros de cuentos o poesías.

Recuerdo una poetiza, Edith Vera que decía: mis poesías no son para que las anden despanzurrando buscando adjetivos calificativos, son para disfrutar. Y creo que está bien, que para eso son, pero entonces, ¿vamos a tener que elaborar textos especiales para reflexionar sobre la lengua? Quiénes serían los encargados de elaborar esos textos? Los que escriben los manuales y libros de lectura?

Podemos hacer aquí una propuesta: que sea el texto informativo el que se utilice para realizar la reflexión sobre la lengua. Pero nos queda la pregunta: ¿no es más rico el texto literario para eso o la literatura solo puede ser pensada como puro placer sin objeto?

Cuando nos acercamos a un texto literario esperamos encontrar algo más que un momento de placer, esperamos encontrar “información” sobre el mundo dicha de manera diferente. Podemos leer La Tempestad de Shakespeare y realizar un análisis crítico de la concepción de salvaje que hay allí, reconstruir la época de las colonias desde la ideología inglesa y realizar un análisis de la lengua como lugar donde se habita. Y también podemos hacer un análisis semántico y gramatical para descubrir los modos de escribir que transformaron un idioma. Pero para ello habremos de repensar el sentido de las estrategias didácticas que utilizamos cuando enseñamos gramática, porque encontrar oraciones para analizar por el mero hecho de entrenar una técnica no tiene valor educativo, es un acto mecánico que transforma el estudio de la lengua en una rutina sin sentido y automática. Y eso tanto sea usando un texto literario como usando un texto elaborado especialmente para tal fin.

Si leemos El día de la muerte de Ricardo Reis podemos trabajar la sintaxis, la puntuación, como modo de transmitir un mensaje que tiene el autor y estaremos aprendiendo más sobre la lengua y la gramática que si hacemos tres hojas de ejercicios mecánicos.

Tenemos que pensar la enseñanza de la lengua de la mano con la literatura que es donde esa lengua se hace escritura.

El problema por tanto es mucho más profundo, se trata de repensar los modos como la escuela pedagogiza la ciencia y el arte para encontrar modos de transposición didáctica más cercanos a los contextos de creación y no a los lineamientos curriculares. Hemos perdido el objetivo de la educación y la mala pedagogía ha aportado a ello junto con la vanalización de la psicología infantil que ha transformado al niño en un sujeto superficial y con intereses que pueden ser pensados a priori, tanto que creemos saber qué le interesa a los niños en cada edad homogeneizando evolutivamente el deseo de saber, de investigar, de conocer, de aprender.

 La literatura y su mensaje moral:

 Mi madre, profesora de Literatura, se dedicó a la literatura infantil y me crié entre libros y lecturas que mi madre nos ofrecía en los momentos en que nos encontrábamos los niños de la casa para el almuerzo o antes de dormir. Allí, cuando estaba en la escuela primaria, habrá sido 4to o 5to grado, mi maestra estaba cursando el profesorado de literatura donde mi madre daba clase y por la mañana implementaba con nosotros las teorías que iban estudiando. Mi madre, muy crítica de cualquier uso de la literatura por fuera de lo placentero de la lectura, llevó esta postura a su aula del profesorado. Mi maestra eligió para leernos al día siguiente las fábulas de Esopo con las moralejas correspondientes. Luego hizo la pregunta: qué era lo que mas había gustado del cuento y mi respuesta fue: la moraleja. Años después mi madre aún se reía de cómo su propia hija había tirado por la borda su fina crítica sobre los gustos literarios infantiles.

Moraleja del relato: leemos porque alguien tiene algo que contarnos y en ese relato nos interpela de diferentes maneras. Es sobre esa interpelación que hay que hablar. Puede hacerlo utilizando la rima o la metáfora, pero la búsqueda del lector se topa con aquello que el autor tenía para decir, desde la moral o la pura imaginación mágica.

Y este es el punto que me interesa debatir: hay literatura buena y otra que no lo es. No hay otro modo de dividir las aguas. Y creo que buena literatura para niños es aquella     que logra interpelarlo de manera tal que el niño se encuentre en el texto, pueda zambullirse con la seguridad que el autor tiene preparada una red donde atraparlo / cuidarlo de la caída.

 

Leer buena literatura por el placer de encontrarme en un diálogo con otro/s:

Cuando alguien decide escribir un cuento, una novela, una obra de teatro, un guión de cine o una poesía, no está pensando qué otros fines se le dará al texto, espera que el texto tenga,  como decía Soriano , “alguna forma de belleza y la peregrina ilusión de que un día alguien decida abrir el libro para ver si vale la pena robarle horas al sueño con algo tan absurdo y pretencioso como una página llena de palabras.” (SORIANO - 1996 - p.181)

Y es por eso y para eso que los escritores escriben y los lectores nos acercamos a sus libros. Esto implica una certeza previa, como acto de fe, que allí hay algo. Ahora bien, cuando lo que sucede es que dudamos de que ese algo exista o las experiencias previas con los libros nos demostraron lo contrario, es muy difícil que alguien se disponga a abrir el libro y hacer el esfuerzo que la lectura requiere.

Todo intento de comprender al otro es un esfuerzo y la lectura tiene mucho de eso. Alguien se dispone a contarle a otros algo y para eso elige un estilo, un formato, algunas palabras en lugar de otras, un tiempo de narración. La estética literaria lucha hoy con la estética de la imagen, del video clip, del zapping. Hay operaciones del pensamiento novedosas que se desarrollan en los chicos de hoy y hay saberes y creencias acerca de dónde y cómo descubrir lo interesante que tiene este mundo. Y no es fácil, como dice Calvino, acomodarse con un libro en la mano para dejar que el tiempo se despliegue en toda su magnitud mientras corren las páginas de un libro. Hay una actitud lectora que es previa a saber leer y a la elección del libro: el deseo de investigar allí y no en otro lado.

Los libros han entrado como objetos en la insignificancia, no tanto por su desaparición, sino por ser objetos de circulación dentro del mercado. Best sellers se venden, se escriben, se llevan a Punta del Este, y hasta se leen, mejor dicho se los consume. Lo que se ha perdido es el sentido de los libros, y de la propia lectura como práctica no conformista, no pasiva, no consumidora. Como práctica autónoma. Barthes decía que el fascismo no sólo se caracterizaba por lo que prohibía, sino también por lo que obligaba. Entre lecturas prohibidas y lecturas obligatorias, dejó de haber lectura. Y esa crisis de la lectura empobreció los modos de escribir. (Muller)

 

La literatura infantil o la infantilización de la literatura:

Recuerdo libros grandes, de un tamaño que asombraba tanto como esas muñecas de tamaño natural. Eran la Ilíada, la Odisea, el Quijote, el Mío Cid en versión infantil, para niños. Qué pena, le quitaron el corazón, porque lo que allí había para decir requería de una experiencia de vida que un niño aún no tiene y Cervantes, Homero, los hombres y mujeres de la antigüedad o del medioevo habían desaparecido de sus páginas para que sean comprensibles para el niño.

Nunca pude leer ninguno de esos libros, ni de chica ni de grande, aunque leí la Odisea, la Ilíada, el Quijote y el Cid campeador, pero muchos años después en su formato original.

¿Quién se atreverá, dentro de muchos, muchos años, a realizar una versión infantil de Cien años de Soledad?

Dice Muller: El texto al presentarse como totalizado, se vuelve totalitario. Dicta, manda, hipnotiza, aquieta, uniforma, paraliza. Lectores uniformes, lectores infantilizados en uniforme leyendo en fila, marchando por los renglones sin desviarse jamás, sin distraerse, sin leer. El culto a los libros, fomentado en los colegios, en los templos, tiene un borde fascista. El culto reverencial a los libros tiene como paradójico y oculto objetivo el de no leer. Produce un objeto de culto que intimida.

También recuerdo El Tesoro de la Juventud, libros de tapas negras, con dibujos en blanco y negro, muy pocas láminas de color, eran la antítesis de esos libros maravillosos y nuevos que había en la biblioteca. Había historias, leyendas, algunas truculentas pero todas mágicas. También había biografías de personajes famosos, ya no recuerdo si en esa colección o en otra, los devoraba a la par de los otros cuentos. ¿Qué había de atractivo allí? Que allí estaban las pasiones humanas, no infantiles, sino humanas, las preguntas de la vida y las historias de hombres, mujeres, animales y niños desafiando al destino, a las coyunturas universales. Estaba el amor, el de carne y hueso, de los dioses y semidioses enlazados con los humanos y los monstruos. Estaba la muerte, el hambre, el miedo, la pasión, el ansia de poder desmesurado y la búsqueda de la riqueza, el placer, la lujuria.

Infantilizamos la literatura cuando le sacamos estos condimentos y en su lugar ponemos brillantina ligth para que se entusiasmen y crean que están viendo un programa de tv o una película de dibujitos animados. Pero los niños no se dejan engañar y aunque ya nadie les lee Platero y yo, siguen siendo sensibles a las emociones humanas. Claro que hay que hacer algo para que sigan siendo humanos, de lo contrario estaremos aportando para hacer de nuestras nuevas generaciones seres menos humanos y cada vez más parecidos a los mutantes de las historias de ciencia ficción.

Es oportuno incluir las palabras de Savater, que sugieren la importancia y la urgencia de proteger institucionalmente nuestra humanidad común. Algo se ha hecho, muchísimo queda aún por hacer. Pero si fracasamos, lo que nos espera no es una civilización distinta, sino una barbarie tecnificada, consumista y reforzada por la nefasta superstición de que los humanos debemos dedicarnos a cultivar nuestras diferencias insolubles y no a proteger institucionalmente nuestra humanidad común. ([1])

 

El proyecto del libro de la Escuela Casaverde:

Almohadones en el aula, una alfombra, una biblioteca a mano con libros elegidos por los niños y otros que el docente propone. La hora de leer es un tiempo en el que elegimos posicionarnos ante el objeto de una manera diferente que lo hacemos frente al TV, a la compu o a un juguete. Es más parecido a un juego en el que el objeto nos obliga a buscar desde una posición física hasta una posición subjetiva particular, diferente a la de juegos electrónicos.

Un juego con reglas que hay que aprender a respetar pero que antes hay que construir y construirles un sentido, un por qué, unas razones que ya no son tan naturales ni sabidas como eran en otras épocas en las que el libro tenía un valor indiscutible. Hay libros chatarra, estamos llenos de esos libros para niños que entre el color y el troquelado, los aditamentos que tienen y la textura del papel, ponen el acento más en la estética de la imagen que en la estética literaria que contienen. Como hay juguetes que una vez que los sacamos de la caja y probamos todos los botones ya no sabemos qué hacer con ellos, porque son para mirar, no para jugar. Como ese niño que en lugar de jugar mira cómo juegan otros niños en la tele.

Leer en la escuela, en el patio, en la biblioteca, en el aula requiere construir una actitud lectora y un tiempo lúdico en una zona, tercera zona diría Winnicott, ZDP diría Vigotsky, que pueda hacer circular el deseo de hacer el esfuerzo de sentarme a leer, de ser tanto más  humano que lo que lo era antes de iniciar la lectura, porque ese acto es un acto de cultura que me acerca a otros que, alejados de mí en el tiempo o en el espacio, nos han legado su modo de pensar el mundo a través de una historia o una metáfora (o una moraleja). Nos subjetiviza y nos socializa, es por eso que la literatura es buena literatura o mala literatura, no es ni infantil ni adulta, no tiene dueños ni edades.

La literatura nos permite vivir una experiencia cultural donde, como decía Foucault, el saber no ha sido hecho para comprender, decía Foucault, sino para hacer tajos. Una lectura entonces que haga tajos, surcos propios. Autónomos. (Muller)

 

Nos enmarcamos  dentro de un proyecto institucional que cree en el libro como un capital  de las sociedades universales, que puede ser nuestro y de cada niño en la medida que promulguemos  en su marcha  educativa  un libro no escolarizado.

El libro como tantas otras creaciones de la humanidad apetece de diferentes maneras a la gente, nace y muere en diversidad de circunstancias. De una manera u otra, antes del planteo de cualquier problemática, conviene aclarar de qué concepción de lectura partimos o qué postura adoptamos frente a ella. Abordamos así una concepción  familiar y aportada por diversidad de autores: “La lectura es fundamentalmente una experiencia de aprendizaje,  ya que a través de ella se incorpora la cultura”. Los incentivos, el placer, la curiosidad, el asombro vienen aparejados.

Es metafórico  presentar al “libro” como una “llave”. Se puede caer en simplezas, en liviandades. Sin embargo, ¿Por qué cuando entregamos un libro en la escuela se parece más a una puerta cerrada que a una llave?

 

Si pensamos al libro como una llave deberemos desescolarizarlo y desinfantizarlo. Además deberemos pensar los contenidos escolares como conocimientos científicos y artísticos abiertos, históricos, plenos de múltiples sentidos e interpretaciones,

El lector es un recién venido en la historia de la cultura. Recién ahora se lo empieza a considerar como algo más que el hermano mudo y pobre del escritor. La historia de la cultura es también la historia de la liberación conflictiva del lector. La lucha por liberar su propia lengua, su privacidad, su capacidad de pensar e imaginar mientras lee, de co-producir un texto, de construir un sentido singular, una lectura del libro. (Muller)

 


 

[1] - Extraído del diario Río Negro, 2 de enero de 1999, escrito por Fernando Savater y publicado por el diario El País, de España.

 

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