ALLÍ, EN EL BAR

María Delia Minor

Él se encontraba en el bar. Sentado en la misma mesa de siempre, la más alejada de la vidriera, ése era el mejor lugar para observar sin ser observado. Desde ahí  veía la entrada, el mostrador de madera antiguo donde estaba Manuel, el dueño del lugar desde que él recordaba, con su camisa blanca de  corbata moño que le daban un aspecto atemporal.

No sabía por qué, pero se sentía tan a gusto, tan seguro. Le parecía que el día no existía, que no había un antes o un después. Tenía la impresión que su vida comenzaba y acababa  en ese sitio.

Cada tarde, sin variar, miraba las personas que entraban e imaginaba una historia para cada una, les creaba un pasado, una familia, amantes, novios, encuentros secretos. Así se sucedían los días esperando que llegase el momento de volver a su mesa de siempre a crear historias.

Una tarde la vio por primera vez, era joven, delgada, pelirroja, de tez tan blanca que parecía transparente. No pudo dejar de mirarla. La miraba sin que ella lo viera. La miraba como no había mirado a nadie. La miraba y sentía algo extraño, algo que lo inquietaba pero que le gustaba sentir. Cuando ella se levantó dirigiéndose a la puerta pensó en hablarle pero no se animó. Al verla desaparecer en la oscuridad se sintió solo, triste, arrepentido por su cobardía, pero volvería e igual que él ocuparía siempre el mismo lugar. No sabía muy bien por qué o para qué pero había decidido seguirla, necesitaba saber algo más.

La vio entrar, sentarse en el lugar de siempre, pedir un café y esperar, simplemente esperar con la mirada perdida en la calle. Mirando sin ver a nadie.

Cuando se levantó, él también lo hizo pero al llegar a la puerta ella ya no estaba, había desaparecido.

Fue por esos días de angustia que escuchó a Manuel hablar con varios clientes sobre un fantasma que rondaba el bar esperando a su amor que nunca llegaba, creyó que era ella , que venía a esperar a su enamorado día tras día sin saber que él nunca vendría, sin saber que se encontraba condenada  por toda la eternidad.

Se desesperó imaginando la manera de poder contactarse con esa misteriosa mujer, cuando lo vio a Manuel señalar hacia su mesa diciéndole a un cliente:

-Allí, en esa mesa vacía, el pobrecito esperaba todas las tardes a su amada.

 

 

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