El dragón horrible

 

Graciela Pérez Aguilar

 

Había una vez una lagartija muy pequeña, muy flaquita y muy verde, que vivía en un pantano repleto de animales muy grandes (como los cocodrilos), muy malos (como las víboras venenosas) o muy astutos (como los monos, que se la pasaban trepados a los árboles para evitar a los otros dos).

 

La lagartija – que se llamaba Amarilis-  estaba harta de escaparse por un pelo (o por una escama) de los ataques de los cocodrilos, de las mordeduras mortales de las víboras y de las bromas que le hacían los monos desde lo alto de los árboles. Por eso, una tarde decidió convertirse en un dragón horrible. “Me voy a convertir en alguien que le dé miedo a todo el mundo” se dijo Amarilis la misma  tarde en que se escapó por medio pelo (o media escama) de convertirse en la cena de un cocodrilo. Y entonces se puso a pensar en cómo convertirse en un dragón temido por todo el mundo del pantano.

 

“Lo primero que tengo que hacer es disfrazarme. Los animales más peligrosos son los más coloridos” pensó Amarilis. Y, entonces, se puso sobre el lomo verde un poco de barro y encima se pegó las semillas más vistosas de los árboles del pantano. Y la primera vez que salió a probar su nuevo disfraz, una viborita venenosa que venía por el camino se apartó para darle paso.

 

“Tengo que parecer más grande para que hasta los cocodrilos tengan miedo”, pensó Amarilis el día siguiente. Y, entonces, se  inventó una caperuza de hojas, se la puso en la cabeza y salió a pasear. Al día siguiente, todos los animales del pantano hablaban del “monstruo de la caperuza”.

 

“¿Y si hago correr la voz de que tengo veneno en mi mirada?”, se dijo Amarilis esa noche.

 

A día siguiente, todo el pantano estaba alterado por la presencia de un horrible animal enorme de muchos colores al que no se podía mirar sin sentirse envenenado.

 

Cuando Amarilis salía de paseo, todos los animales se apartaban a su paso y nadie se atrevía a atacarla. Por primera vez en su vida de lagartija, sintió que la respetaban un poco pero, como era inteligente, entendió que la respetaban solamente porque le tenían miedo.

 

Una noche, apareció en la puerta de entrada del refugio de Amarilis un enorme cocodrilo. Amarilis se encogió y pensó que había llegado su última hora.

-         ¡Lagartija! – dijo el cocodrilo en su idioma áspero - ¡Todo el mundo del pantano te respeta!  En cambio, a mí los monos me vuelven loco porque se burlan desde los árboles, me tiran cocos y yo no alcanzo a morderlos. ¿Podrías hacer que no me molesten más? Me gusta que me tengan miedo, pero me molesta muchísimo que se burlen de mí.

-         Haré lo que pueda, amigo cocodrilo – dijo Amarilis que apenas se había repuesto de la impresión – Mañana a la mañana, tendré una solución para tu problema.

 

Durante toda la noche, la lagartija pensó y pensó. Después, cuando apenas salía el sol, se pegó las semillas más coloridas y se ató la caperuza de hojas más grande que tenía. Asomada a un charquito, ensayó su mirada más terrible y venenosa. Después, se sentó a esperar en la puerta de su refugio.

-         ¡Lagartija! – sonó la voz áspera del cocodrilo un rato más tarde.

-         En primer lugar, ¡nada de lagartija!  ¡Señora Amarilis! – lo fulminó.

-         D-d-disculpe, s-señora A-amarilis – tartamudeó el enorme saurio con voz finita y observándola de reojo, por las dudas fuera cierto lo de la mirada fatal.

-         Y, en segundo lugar, se me queda quieto, que voy a subirme a su lomo.

 

Mientras se trepaba agarrándose a las escamas, Amarilis sonrió lagartijamente: el cocodrilo temblaba hasta los huesos. Cuando estuvo instalada sobre el lomo, le dijo:

-         Ahora, vamos a caminar por la selva.

 

Se sabe que los cocodrilos no transpiran, pero éste transpiraba a mares - o, mejor dicho, a ríos – mientras recorría con sus patas cortas el sendero hacia la ribera, llevando encima al “dragón horrible”. Poco a poco, los animales – monos, tapires, víboras, arañas y hasta mosquitos – se asomaron a verlos pasar. Las opiniones estaban divididas:

-         Al fin y al cabo, el cocodrilo no es tan fiero como lo pintan. Miren cómo el dragón espantoso lo ha dominado.

-         El cocodrilo debe ser muy poderoso porque puede llevar al terrible monstruo y soportar su mirada sin ser aniquilado.

 

Así, llegaron hasta el río. Entonces, y sin que el saurio se diera cuenta, Amarilis se fue quitando las semillas coloridas y la caperuza de hojas, hasta quedar convertida en la lagartija pequeña, flaquita y verde que realmente era. Entonces, los animales de la selva exclamaron, admirados:

-         Amarilis es realmente poderosa. Miren cómo ha logrado que el cocodrilo la llevara sobre el lomo.

 

Pero cuando el saurio escuchó estos comentarios, se sacudió violentamente y la lagartija fue a parar de un solo envión a la orilla.

-         ¿Qué? ¡Seño…Am…! ¡Lagartij…!

-         Mi querido amigo cocodrilo – le dijo Amarilis sacándose una manchita de barro de la nariz, e instalándose cómodamente sobre la rama de un árbol seguro –, ya deberías haber aprendido que ser torpe y malo hace que la gente te tenga miedo, no que te respete. Y es mucho mejor el respeto  que el miedo. Pero muchísimo mejor es que te quieran.

 

Y, mirando al resto de los animales, dijo:

- Y tampoco es bueno creerse cualquier cosa ni juzgar por las apariencias.

 

Lo cierto es que, desde entonces, ningún animal de la selva volvió a meterse con la lagartija Amarilis, aunque muchos de ellos llegaron a la puerta de su refugio para buscar consejo y terminaron siendo sus mejores amigos.

 

Graciela Pérez Aguilar

 

 

 

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